
Lo malo de ser estudiante es que no se puede vivir de rentas. El esfuerzo que uno realiza siempre viene trasladado en el boletín de notas. Los padres, impacientes, esperan los mejores resultados de sus hijos. Y cuando llegan las calificaciones fácilmente se caen en discursos trillados. Álvaro, estudiante de 2º de ESO, me comentaba con decepción: “Siempre lo mismo. Si suspendo bronca por no dar chapa, con la excusa que ya me lo venían avisando. Y si apruebo, que todavía puedo hacer más… mis padres nunca están contentos.”
Es normal preocuparse por las calificaciones de los hijos. Pero esa preocupación no debe trasladarse sólo al recibir el boletín de las notas. Los resultados académicos son la consecución de todo un proceso anterior. “Es que no le veo nunca estudiando…”, pues habrá que ayudarle a que se centre. “Sólo piensa en salir con los amigos…”, quizás será conveniente recortarle las salidas. “Se pasa todo el día hablando por el móvil…”,alguna vez se puede probar de quitárselo y enseñarle a hacer un buen uso del teléfono. “Todo el día enganchado al ordenador…”, probablemente no necesite tanto de él para el estudio.
En condiciones normales, cuando uno estudia aprueba. Luego se pueden valorar otros aspectos, ver si hay problemas de estudio o temas aptitudinales. Es importante verlas venir, estar alerta, y hacer un seguimiento constante para que el resultado sea aquel que se espera. Y sobre todo, no comprar las notas. No pagar por buenos resultados, pues se podría generar el estudio sólo a cambio de algo. La verdadera recompensa debe ser la de sentirse satisfecho con uno mismo por haber hecho aquello que se debe.