domingo, 24 de junio de 2007

Una dosis de respeto

Sarkozy lo dijo, y lo va a hacer. En Francia quieren imponer el uso del usted en las aulas. El ejecutivo enviará circulares a todos los directores de los centros educativos anunciando la puesta en práctica de la nueva medida. Un hecho significativo es que la violencia escolar en las aulas francesas ha aumentado en los últimos años (un asunto que no es nada aislado). “Sólo la distancia entre alumnos y profesores puede llevar al respeto”, comentó el titular de Educación del Ejecutivo francés.

Para algunos esta medida puede sonar a trasnochada, recuerdos de un Florido Pensil que ya quedó en la memoria. Sin entrar ahora en el debate que se podría originar sobre el tema de la violencia en las aulas, sí es oportuno recordar cómo el respeto es un valor que hoy en día se echa de menos.

Si el hábito no hace el monje, el atuendo no conlleva automáticamente el respeto. Bajo caros trajes de etiqueta perfectamente conjuntados uno puede encontrarse con personas más que irrespetuosas y arrogantes. Y, por contra, uno puede convivir con seres que bajo una presencia estrafalaria saben ceder asiento a personas mayores, piden perdón si se equivocan y no les importa dar las gracias cuando éstas se merecen. Las apariencias engañan, y muchas veces, nos dejamos influir por ellas.

Respeto no es solamente decir usted. Conlleva todo un modo de ser, de comportarse, de andarse por la vida. Es aceptar y comprender cómo son los demás, tratando por igual a los individuos porque todos son igual de dignos por su propia condición de persona. Respeto es aceptar al engreído y al humilde, al pobre y al rico, al sabio y al ignorante.

Es saber estar a la altura de las circunstancias según el lugar y situación que uno ocupa. Y también reconocer la condición social, edad o gobierno de los demás, utilizando las distintas formas en el trato. Respeto es la defensa de las propias ideas y convicciones sin herir ni humillar al contrario. El respeto aguanta la libertad y la responsabilidad personal, sabiendo que existen límites para no caer en el libertinaje. Parafraseando a Heidegger podemos decir que: Respeto significa responsabilidad hacia uno mismo y esto a la vez significa ser libre. Pero sin olvidar que la palabra responsabilidad me lleva a responder por mis acciones.

Respeto es comprender, exigir, ceder cuando se deba y hablar cuando se trate de proteger una causa honesta. El respeto acompaña a la justicia y a la ecuanimidad; no admite el chantaje ni da pie a la imposición.

Es también la respuesta ante los compromisos adquiridos. No escurre el bulto y asume los deberes a los que uno se obliga. Al respeto le acompaña la honestidad, porque somos hombres y mujeres de palabra.

Respeto es el verdadero amor entre los esposos, que guarda y protege la fidelidad; el amor de una madre que educa con cariño a sus hijos; el valor que los hijos le dan a lo que sus padres hacen por ellos.

Respeto es la amistad que acompaña en los momentos difíciles. La ayuda hacia los más necesitados renunciando a la propia satisfacción. Valorar en su justa medida lo que uno tiene y recibir con sencillez aquello que uno se merece.

El respeto, a veces cuesta y otras incluso duele. Pero no se aprende gracias a una medida legislativa. La ley lo favorece pero no lo consigue. El respeto se aprende, se educa, se adquiere como por ósmosis. Y, desde el principio de nuestra vida, donde uno lo encuentra es en la propia familia, referente necesario para construir un mundo mejor.

domingo, 10 de junio de 2007

El placer de desbancar a la familia

“Es un placer desbancar aquella idea de que la familia la componen padre, madre e hijo”. Así se afirmó en la presentación del libro Retratos de familia: miradas a las familias españolas del siglo XXI. Un libro que ha costado la nada envidiable cantidad de 47.000 euros. Editado por la Dirección General de las Familias y la Infancia. Financiado por el Ministerio de Trabajos y Asuntos Sociales. Con textos literarios de autores de la talla de Rosa Regás, Espido Freire, Luisa Castro, Andrés TrapielloUn libro que se propone estudiar de forma gráfica las nuevas familias españolas, partiendo de la evolución y transformación acontecida en nuestro país en las últimas décadas del siglo XX (…)

El libro –que algún medio titulaba la noticia con En defensa de las familias del siglo XXI- recoge en más de cien fotografías los cambios experimentados por las familias españolas. Junto a las mal llamadas familias tradicionales (qué empeño en acuñar este nombre los del actual ejecutivo español) aparecen lesbianas, gays –con y sin hijos- hogares monoparentales, etc…

A cualquier situación y relación ya se la llama familia. Y claro está, el placer de poder desbancar a lo que hasta ahora creíamos que lo era, a algunos debe de producirles un orgasmo afectivo digno de ser estudiado por los psicólogos de mayor reputación. En este nuevo concepto de familia ya puede entrar de todo: el hombre que cultiva su bonsái, la viejecita con su gato mimosín, el vecino con su perro ladrador, el cibernauta pajotero erotizado con su webcam, el solitario con su tele y sofá, y múltiples casos que cualquier mente quiera imaginar. Un nuevo avance cultural en vistas del progreso social de nuestro Estado español.

Entiendo que cada cuál es libre de vivir como quiera y con quien quiera. Procuro comprender –me esfuerzo, aunque no lo consigo- a aquellos que aborrecen a la familia tradicional y practican la familiofobia. Respeto las convicciones ético-morales-religiosas con las que cada uno desee convivir. Pero me cuesta aceptar esta usurpación del nombre de familia (sin tradicional) aplicado a cualquier grado de convivencia. Se sale de la lógica y del sentido común.

Esta nueva pedagogía arrasa con la función que ejercen el padre y la madre con los hijos. Pretenden hacernos creer que el panorama social ha cambiado vendiéndonos la moto que padre, madre e hijos ya son una minoría en nuestro país. Y es verdad que la realidad social no es igual que la de hace unos años, pero el sentido común aún impera en gran parte de la sociedad, y aquello que llaman familia tradicional sigue siendo la apuesta de una mayoría (a pesar de los pesares del Sr. Estado).

Y mientras en España nos gastamos los euros –de todos los españoles- en publicaciones que rayan lo grotesco, obviamos el esfuerzo invertido en nuestros países vecinos. La Société Générale (sociedad francesa dedicada a servicios puramente financieros) también da a conocer sus estudios: Démographie Mondiale: les 1001 facettes d’un choc annoncé con sus respectivas conclusiones. La actual implosión demográfica que se está produciendo en Europa, las políticas antinatalistas respaldadas especialmente por algunos gobiernos, y la falta de ayudas económicas a jóvenes parejas que deciden vivir su mal llamada familia tradicional, están originando un futuro nada esperanzador para nuestro continente. Y peor aún será para España. En el año 2050 nos encontraremos con una catástrofe demográfica que no la arreglará ni el más bravo fornicador. Es de suponer que, junto a los problemas demográficos, vendrán los pertinentes económicos derivados de la pérdida de la renta por persona.

Pero es mejor no pensar en lo que vendrá. Hay que plantear nuestro futuro como algo innovador y emergente. Es más consolador gastarse los euros de todos los españoles en simpáticas fotografías que muestren a una minoría social emergente. Hay que disfrutar del deleite que produce el placer de poder desbancar a la familia tradicional. Ya se lo encontrarán los que vengan detrás de nosotros y para entonces… ¿quién se atreverá a darles explicaciones? ¡Qué les cuenten el placer que los progres de este país sintieron al destrozar el concepto de familia compuesta de padre, madre e hijos!