domingo, 30 de septiembre de 2007

En casa ayudamos todos


Esto no es una pensión

“Antes nunca se negaba a nada, y ahora… a penas se le puede decir algo”. Así se lamentaba Natalia de su hijo Jorge. Ahora que empieza a hacerse mayor, cada vez va más a su “rollo”. Y aunque en casa hay trabajo para todos, él se resiste a colaborar en nada. “¡Esto no es una pensión!”, suelen decirle sus padres, pero a él a penas parece afectarle este tipo de comentarios.

Ayudar en casa

La participación de los hijos en las tareas del hogar, no es sólo un deber de cada miembro, sino también debe entenderse como un derecho. Cuando esta participación se favorece desde que los hijos son pequeños, además de ser vínculo de unión para toda la familia, ayuda a desarrollar la responsabilidad personal.

Entendamos la familia como un equipo, en el que los padres son quienes deben dirigirlo. Hay que implicar a todos los miembros, cada uno en el ámbito que se le atribuya. Da igual si lo que hacen los hijos sale mejor o peor. No es tan importante el esfuerzo que ahorran a sus padres, sino la mejora personal que consiguen a través de los pequeños encargos que se les asignen. Por eso es muy importante proponer los encargos de tal modo que se hagan en un ambiente de alegría, no viéndolos como una carga, sino un modo de entregarse gustosamente a los demás.

Cuando Jorge era pequeño, ayudaba en casa como el que más. El problema ha empezado a medida que ha ido haciéndose mayor. Poco a poco ha ido desvinculándose de la marcha del hogar, y por si fuera poco, se queja cuando las cosas no las encuentra a su gusto. Y es que ahora que se siente mayor, lo de ayudar en casa lo ve como una imposición, una terrible traba que le quita tiempo de dedicación poder hacer aquello que a él le apetezca. Sus padres ya casi no le insisten, pues así evitan las discusiones. De esta forma, Jorge siente que ha ganado esta batalla.

Implicar a los hijos

Muchas veces, los adolescentes no es que no quieran ayudar en casa, pues contrariamente les encanta que se cuente con ellos. Por eso hay que buscar la forma adecuada para ganárselos. Cuando se les da una determinada responsabilidad, les produce un sentimiento de importancia. Ellos lo están esperando, aunque se oculten bajo el disfraz del pasotismo y la indiferencia.

Esto es lo que siente Jorge, aunque no se atreve a decírselo a sus padres. Se le pide que haga determinadas tareas, pero luego no se cuenta con él para determinadas decisiones. Él quiere tener su voz y voto, decir la suya, y que se le escuche y considere como mayor que empieza a ser. Sin duda alguna, contar con su opinión para algunas decisiones, será la mejor forma de pedirle luego que colabore en distintas tareas.

Cierta familia me contaba un experimento que le está dando muy buen resultado: reunirse todos juntos una vez a la semana, para tratar y opinar sobre la marcha del hogar. A los hijos mayores, a partir de cierta edad, se les otorga el derecho a opinar sobre decisiones de mayor importancia (si hay que hacer determinada compra importante, o una reforma en la casa, etc…). En esta reunión, además, se revisa la marcha de los encargos que cada uno tiene asignado, y se procuran los cambios necesarios para que cada uno se sienta cómodo en la realización de su tarea.

Ideas para trabajar en familia

La clave del éxito con Jorge será hacerle ver que se cuenta con él, y que sus opiniones e ideas son consideradas. Además, le agradará especialmente la idea de ayudar a sus padres en el cuidado de sus hermanos más pequeños.

Animar a un hijo que ayude en casa, no es un asunto tan complicado. Todo lo contrario. Si desde pequeño le acostumbramos, cuando sea mayor será más fácil poderle exigir. Tareas como abrir y cerrar persianas, preparar la lista de la compra, realizar pequeños arreglos, ordenar la despensa, tender la ropa, contestar al teléfono… ¡no tengamos miedo a implicar a nuestros hijos en la buena marcha del hogar! Cuando sean mayores, seguro que nos lo valorarán.

domingo, 16 de septiembre de 2007

La tragedia de empezar el cole


Se acabaron las vacaciones

“Toi depre, k royo el coleeee”. Al conectarse al messenger, Bea eligió este nuevo nik. Estas primeras semanas de septiembre se siente, como ella dice, muy depre. Lo de empezar el colegio se le está convirtiendo en una tragedia. Se pasa las horas hablando con sus amigas y amigos -algunos los ha conocido este verano- a través del chat y del teléfono. Aunque su padre insiste que éste será un año muy importante, ella no está nada motivada.

Las notas finales de junio pasado fueron justas, pero aprobó todas las asignaturas. Por eso desde entonces no ha vuelto a abrir un solo libro. Ahora que está a punto de empezar un nuevo curso, está decidida a tomárselo con mucha calma, aprovechar el máximo tiempo para salir con sus amigas y amigos, pensando que ya llegará el momento de “ponerse las pilas”.

Al igual que Bea, son muchos los adolescentes que estos días están con la “depre post-vacacional”. Aunque parezca una chiquillada, vale la pena ayudarles de la manera más educativa y conveniente para empezar con buen pie las clases.

El eterno engaño ante el estudio

“Tranquilos papás, que aprobaré”. Ésta acaba siendo la comidilla que repiten los hijos a lo largo de toda una evaluación. Los padres quieren ver buenos resultados, y se preocupan cuando los hijos no dedican horas al estudio. Los hijos, llenos de confianza en sí mismos, retrasan sus tareas pensando que ya llegará el momento de ponerse a estudiar. Al final acaba produciéndose una situación tensa, un tira y afloja entre unos y otros.

Ahora que estamos al inicio de un nuevo curso escolar, ya tenemos la experiencia de otros anteriores, por lo que vale la pena poner los medios adecuados para que las cosas salgan bien.

Un plan para Bea

Los padres de Bea saben que no basta con ir recordando las cosas, sino que es necesario actuar. Así que este año cambiarán el sistema: han pensado en una estrategia.

Será clave pactar un sencillo horario para las tardes que habrá que respetar, en la medida de lo posible, a lo largo del curso. Pero no van a hacerlo ellos, sino que será Bea quien sugerirá cómo podría establecerse. En este horario habrá que ver qué tiempo se dedicará en la realización de los deberes y estudio, incluir un rato de lectura de libros amenos, dedicar un tiempo a algún encargo del hogar (preparar la mesa para la cena, recogerla, etc.)…

Una vez haya comenzado el colegio, estar pendientes de su hija, dejar que explique sus cosas, qué le han parecido sus profesoras, si encuentra alguna dificultad en alguna materia, dejar que hable de sus compañeras… Estableciendo este clima de confianza se podrán percibir problemas que vayan surgiendo, y resultará más fácil prestar ayuda para que los vaya superando.

Recordar que, en la constancia y el día a día, se logran los buenos resultados. Trabajar diariamente, de manera sistematizada, y ordenada.

Es verdad: lo arduo no apetece. Y para muchos jóvenes la vuelta al colegio es un esfuerzo arduo y complicado. Está en nuestras manos conseguir que, realmente, este pueda ser un gran año.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Cuando el reloj se nos para


Debilidad y fatiga. Desmotivación. Desidia y hastío. Carencia de sueño. Falta de apetito. Dolores musculares. Estados de ánimo llenos de tristeza e irritabilidad. Imposibilidad de concentrarse. No hace falta darle más vueltas… porque uno ya se lo veía venir. Se acabaron las vacaciones. Y como cada año, la visita del síndrome post-vacacional vuelve a llamar a la puerta.

En estos últimos años se le está dando mucha importancia al síndrome post-vacacional, porque cada vez son más los que se sienten aquejados por este mal. No es que antes no existiera, sino que era algo desconocido, y no estaba tipificado como un problema. También es cierto que la actual vida moderna nos obliga a llevar un ritmo tan acelerado y competitivo, que provoca que un gran número de personas, cuando rompen con la rutina, sienten desidia de volver al trabajo. Algunos expertos ya se atreven a calificar este síndrome de enfermedad.

El síndrome post-vacacional, de forma habitual, suele presentarse en aquellas personas menores de 40-45 años, o en aquellas que experimentan una ruptura muy brusca del ritmo vacacional a la incorporación al trabajo. También aquellos que idealizan el periodo de vacaciones como si éste fuera la culminación de su bienestar personal, acaban padeciendo este mal. Está calculado que alrededor del 35% de los trabajadores españoles lo sufren.

Al tratar este tema, el doctor Francisco Javier Lavilla, especialista de nefrología de la Clínica Universitaria de Navarra, afirma: “Toda nuestra actividad está de acuerdo con una especie de reloj interno que marca el estado en que nuestro organismo se encuentra. Además, como toda persona, necesitamos una serie de motivaciones que nos impulsen a seguir adelante a lo largo de nuestra vida”.

Durante las vacaciones buscamos el descanso, romper con el trabajo y huir de las preocupaciones. Si de forma habitual pesa más en la balanza el trabajo, durante este período lo que se prolonga es el descanso. Muchas veces, durante esta época, alteramos el ritmo de vida, alargamos la noche con actividad intensa, retrasamos la hora de levantarnos, y desplazamos las horas de las comidas. Es entonces cuando, al llegar el momento de incorporarse a la vida ordinaria, nuestro organismo se resiente. El acoplarse de forma rápida al nuevo cambio viene acompañado por la falta de motivación, y la descoordinación entre las exigencias de la rutina y lo que nosotros podemos ofrecer.

Está claro que, como dice el dicho popular, más vale prevenir que curar. Es por ello que la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria recomienda, a modo de prevención, tener una actitud positiva para adaptarse poco a poco al cambio de vida tras las vacaciones, evitando la ansiedad propia de volver a la rutina habitual.

Hay especialistas que recomiendan tácticas para combatir el síndrome. Algunos señalan la práctica de técnicas de relajación en casa, recordar buenos momentos de las vacaciones como fuente de energía para enfrentarse a los problemas, buscar motivaciones profesionales, emplear el sentido del humor y fomentar la comunicación con los compañeros.

A pesar de todo ello, no nos engañemos: muchos se pasan la mitad del año deseando las vacaciones, y la otra mitad lamentándose que se hayan acabado.

Si incluso poniendo los medios la amargura aún persiste, siempre queda un brote de esperanza al pensar que los días navideños tampoco quedan tan lejanos. Eso sí, confiando que los días festivos no coincidan en fines de semana…