domingo, 26 de agosto de 2007

El remedio de castrar


Carlos Broschi, más conocido como Farinelli, fue castrado como otros muchos de su época. Aunque en el siglo XVIII esta práctica estaba penalizada, bajo la excusa de razones médicas muchas familias la ejercían con sus hijos con el convencimiento de que alcanzarían ser grandes cantantes. Farinelli lo fue. Johann Joachim Quantz escribió de él que tenía una voz de soprano penetrante, completa, rica y bien modulada. Quizás por ello pronto alcanzó éxito y fama creciente. A España vino con la intención de quedarse unos meses, y acabó viviendo 25 años, por la influencia que había ejercido sobre el rey Felipe V. Durante años, noche tras noche, se le pedía que cantara para el rey. A cambio el monarca le concedió un cargo de primer ministro. Con Fernando VI fue nombrado director de los teatros de Madrid y Aranjuez, y durante esta época se le otorgó el rango de caballero y se le condecoró con la cruz de Calatrava. Con el ascenso de Carlos III el artista se retiró a Bolonia donde pasó el resto de sus días.

Farinelli forma parte de una larga lista de eunucos famosos de la historia. Entre ellos se encuentran Bagoas (a quien se le relaciona con Alejandro Magno), Ganímedes (que estaba al servicio de Cleopatra), Narsés (general de Justiniano I), Ts’ai Lun (consejero imperial chino de la dinastía Han), etc…

Eunuco, pues, es el término con el que se designa al hombre castrado. Históricamente, al eunuco no se le consideraba ni hombre ni mujer, y entraba a formar parte de un nuevo género. De esta forma estaba destinado a realizar tareas especiales por su condición. El miedo ante la posibilidad de perder la propia sexualidad fue motivo de estudio para Sigmund Freud. El psicoanalista denominaba complejo de castración al descubrimiento masculino y femenino del sexo opuesto.

La posibilidad de convertirse en eunuco podía venir de distintas causas: heridas de guerra, enfermedades, accidentes,… Se cuenta que en la Grecia antigua existía un pueblo llamado Amazonas, que estaba dominado por mujeres, y según la leyenda mutilaban a los hombres cuando no los necesitaban para la reproducción. Por otra parte, en imperios antiguos como el babilónico, chino, árabe, turco y bizantino era costumbre la práctica de convertir a hombres en eunucos, a quienes se les encomendaban tareas específicas, como el cuidado de las mujeres del harén.

En China los eunucos trabajaban en el Palacio Imperial, logrando alcanzar una vida acomodada. Muchos de ellos eran delincuentes a quienes se les sancionaba con la castración. Dado que la condición de eunuco comportaba una holgura económica, hubo quienes procedían a la automutilación para lograr acceder al trabajo en palacio.

Otras costumbres curiosas son como la de los pueblos afars y los issas, en el oriente africano. Cuando un varón quería acceder al enlace con una hembra, debía demostrar primero su valor entregándole como regalo los genitales de otro hombre a quien previamente había mutilado. Si no lo conseguía era burlado con frases que ponían en entredicho su masculinidad.

Hasta hace unas décadas los eunucos también estaban en Rusia, y actualmente los hay en la India conocidos con el nombre de hijras.

Año 2007. Nicolás Sarkozy defiende la castración química para algunos delincuentes sexuales. En Cataluña la Consejera de Salud Marina Geli se plantea la aplicación de esta práctica para casos determinados. La discusión no ha tardado en llegar, con votos a favor y otros en contra. La Asociación Española de Profesionales de la Sexología (AEPS) ha comunicado que la castración química es ineficaz, y ha advertido que “el impulso violento se mantiene pese a la disminución de la testosterona”. Más aún. Iván Rotella, sexólogo y portavoz de la asociación, ha alertado que “la sensación de incapacidad que experimenta un pederasta tras haberle practicado la castración química los vuelve más violentos”.

El jurista Gustavo López Muñoz y Larraz, miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, ha recordado que el método ya se aplica en Estados Unidos desde hace tiempo, y con resultados positivos, pero que su aplicación en España tendría que ir precedida de modificaciones legislativas.

Ya veremos cómo terminará este asunto. De todas formas, en el supuesto que se acabara aceptando este tipo de condena, seamos conscientes que nos veremos envueltos de un resurgimiento de castratis. ¿Qué será de ellos? ¿Se les asignarán funciones específicas como en otras fases de la historia? ¿Llenarán los espectáculos de ópera del Liceo? ¿Serán quiénes acabarán cuidando de las damas de la Zarzuela? ¿Serán elevados al rango de funcionarios para acometer tareas especiales en la Moncloa? El debate está servido.

jueves, 23 de agosto de 2007

Jóvenes solidarios

Abrir el buzón y encontrarse una carta de alguien que te escribe es algo prácticamente inusual. Con las nuevas tecnologías, y en especial el gran uso dado a los e-mails, escribir una carta es una práctica ya casi extinguida. Sin embargo, hace unos días, recibí la que Álvaro me envió. Y me dio mucho que pensar. Copio una parte: “Estas semanas de vacaciones he estado colaborando como voluntario en un centro de atención a drogadictos y enfermos de sida. He visto dolor, desesperanza, abandono e incomprensión. He cambiado pañales, les he duchado, les he dado de comer… Al principio me costó, pero al cabo de unos días me di cuenta que estaba haciendo algo grande de lo que nunca me hubiera visto capaz de hacer. Ahora que ya terminé mi trabajo, he de decir que les echo de menos”.

Como Álvaro, son muchos los jóvenes de hoy en día que se alienan en causas ajenas. Ahora, ante el dolor, ya no queda la palabra, como decía Blas de Otero. Eso es poco. Los jóvenes no sólo hablan, sino que también actúan. La solidaridad ha adquirido una trascendencia evidente en la sociedad actual. No hay duda que es una palabra positiva que transmite el interés por el bien de los demás. Engancha con facilidad a miles de jóvenes, tiene garra, y les encandila. Saben que con ella, prestan un gran servicio a la sociedad, a través de causas que no les pertenecen, pero que desde el momento en que se adhieren las adoptan como algo propio.

La globalización tendrá sus más y sus menos, pero es parte responsable de este sentimiento de apoyo y defensa hacia los más necesitados. Los niños muriéndose de hambre en países del tercer mundo, el terremoto que ha afectado a miles de personas en Perú, la guerra en el Medio Oriente… son hechos que ya no quedan lejanos. Acaban convirtiéndose en realidades tan cercanas a nosotros que, fácilmente, despiertan el interés de prestar ayuda.

El ser humano no vive aislado, estamos unidos aunque muchas veces no seamos conscientes de esta unidad de la que formamos parte. Entonces, cuando nace la solidaridad, la conciencia se despierta y brota la necesidad de hacerse visible en medio del sacrificio y del dolor ajeno. La verdadera solidaridad surge de la igualdad radical que une a todos los hombres. Y esta igualdad se deriva de modo directo de la verdadera dignidad del ser humano, sin que importe la raza, el sexo, la cultura ni el pensamiento político.

Aunque a veces se ha pretendido acuñar el término a otros tipos de ayuda, como la relación entre un ser humano y un animal, o con su entorno ecológico, el verdadero principio y fin de la solidaridad es, y será siempre, el ser humano.

En estos términos, la juventud actual ha sido capaz de descubrir este mensaje. Ha sido capaz de averiguar qué significa dar sin recibir nada a cambio, en ayudar sin que nadie se entere. Éste ha sido, quizás, uno de los grandes logros conseguidos: entregarse a una causa, siendo al mismo tiempo totalmente desinteresados.

Si el egoísmo es aislamiento, la solidaridad es unión. Merece la pena aprovechar esta oleada que ha irrumpido en la sociedad. Entendiendo que, en primer lugar, la solidaridad debe ejercerse en la propia familia, para dar paso posteriormente a la entrega a los demás. A veces causa dolor ver a quienes se entregan con pasión a causas externas mientras se olvidan de aquellos que les rodean.

Potenciemos y animemos las acciones solidarias. ¡Chapeau por los que han sido, son o serán jóvenes solidarios!

miércoles, 15 de agosto de 2007

El placer de comer

Hoy en día el exceso de peso se ha convertido en uno de los grandes problemas de los países desarrollados. Según los datos facilitados por la OMS, en todo el planeta hay 1.600 millones de personas que sufren sobrepeso, y la totalidad de los obesos asciende a 400 millones. Por otra parte Markos Kyprianou, comisario europeo de Salud Pública, hace unos meses aportaba el dato que alrededor de 14 millones de niños sufren obesidad.

Recientemente acaba de publicarse el resultado de un estudio realizado por un grupo de investigadores de la Universidad de Cambridge. El 10 de agosto se publicaba en la revista Science. Se ha descubierto que una hormona llamada leptina es la que se encarga de informar a nuestro cerebro cuándo estamos saciados y regula la atracción que sentimos hacia los alimentos que se presentan más apetitosos ante nuestros sentidos.

El doctor Sadaf Farooqui, que es quien firma el artículo, afirma: “Esta comprensión será un gran paso en la prevención y el tratamiento de la obesidad. Descubrir que el placer por la comida está biológicamente controlado, debe ayudar a entender mejor a las personas con problemas de peso”.

Y a todo esto… ¿qué opinamos los españoles? Según las encuestas nos situamos entre los europeos más satisfechos con su dieta, pues nueve de cada diez españoles encuestados consideran que su alimentación es bastante buena. Teniendo en cuenta esta consideración, podríamos preguntarnos si los españoles somos unos ingenuos, o bien será que la obesidad es un problema que no nos afecta.

En todo caso, sin despreciar los avances científicos que sin duda alguna gozan de toda rigurosidad, cabe mencionar dos factores que a veces se tienen olvidados cuando se habla de estos temas: la voluntad y los buenos hábitos alimentarios. El problema de la obesidad no es algo nuevo, pero es ahora cuando empieza a ser un tema que preocupa más, por el incremento de aquellos que la sufren. Y sin embargo, la leptina es una hormona que siempre ha existido en el ser humano (a pesar de ser un descubrimiento reciente).

Por mi tarea docente he tenido oportunidad de convivir en diversas ocasiones con alumnos, en albergues o casas de colonias. Basta con observarles para darse uno cuenta de la falta de voluntad y los malos hábitos que existen en muchos de ellos: cuando los platos aún no están servidos en la mesa muchos de ellos ya se han untado varias rebanadas de pan con aceite y sal, el ketchup suele ser la guarnición más requerida para acompañar a todo tipo de comidas, la verdura ni tocarla, ante el pescado suelen acompañar expresiones faciales que transmiten asquerosidad, si hay pollo con patatas éstas desaparecen del plato mientras la carne queda interminablemente en espera, los bollos de chocolate de la merienda desaparecen sin darse uno cuenta mientras que cuando toca bocata de jamón siempre se puede repetir, en el desayuno el embutido apenas se toca y sin embargo las galletas van que vuelan. Y por supuesto, a cualquier hora, siempre hay alguno comiendo chuches aprovisionadas oportunamente.

Luego vienen los 14 millones de niños que sufren obesidad, que a pesar de la satisfacción de los españoles algún millón nos debe caer, y nos preguntamos ¿quién tendrá la culpa?

¿Es el ketchup? ¿Son las patatas? ¿La tendrá el bollycao? ¿La culpa recae sobre la escuela que no enseña oportunamente a comer?

Es verdad que la escuela debe enseñar a comer. Pero el propio hogar es el lugar más idóneo para educar este buen hábito. Los padres deberíamos responsabilizarnos, de modo directo, de educar a nuestros hijos en que aprendan a refrenar ciertos caprichos, a equilibrar las raciones, a no desechar los platos…

Claro que siempre es más cómodo dar unos euros para comprar un dulce que preparar el bocadillo de la merienda, pero en la comodidad no reside la virtud. Y comer bien, para la mayoría de nuestros jóvenes, ya casi se ha convertido en una virtud. Pues bienaventurados sean los virtuosos, ya que seguro que su cuerpo se lo agradecerá.

domingo, 5 de agosto de 2007

Vacaciones en colonias

El pasado 1 de agosto 45.000 jóvenes de todo el mundo se reunían en Brownsea para conmemorar los 100 años de la fundación de los scouts. El padre de este fenómeno mundial fue Robert Baden-Powell (1857-1941), militar británico que además ejerció de actor, músico, pintor y escultor. Tras participar en varias campañas en África, resumió sus experiencias en un manual de supervivencia: Guía para explorar, dando de este modo inicio al primer campamento experimental de scouts que contó por entonces con 24 muchachos.

Han pasado algunos años desde ese primer campamento, pero aún se mantiene vivo el espíritu que imperaba por entonces, basado principalmente en los pilares de la lealtad, disciplina, eficiencia y obediencia. “Hay muchos mitos sobre los scouts: a veces nos presentan como gente friqui y otras como una especie de militares que hacen supervivencia en el monte. Ni una cosa ni la otra. La gente no acaba de entender que no somos sólo gente que se va cada verano de acampada, hacemos un trabajo educativo serio”, afirmaba el comisario internacional de la Federación Española de Scouts.

Algo parecidas son las colonias que cada verano se organizan y a las que muchos padres mandan a sus hijos. Cada verano ayuntamientos, centros infantiles y juveniles de todo tipo, organizan una amplia oferta que aunque varía en algunas de sus actividades los objetivos suelen ser similares.

No pongo en duda que el verano es una magnífica oportunidad para estar en familia, estrechar los vínculos, disfrutar padres e hijos y acabar con pequeñas aristas que han podido formarse en la convivencia diaria de todo un año. Sin embargo, las colonias y campamentos, pueden ser una gran ocasión para que los hijos aprendan ciertos hábitos y costumbres que en casa muchos padres están hartos de luchar.

Hay niños poco acostumbrados a salir de casa, que no quieren ni oír la idea de pasar unos días fuera de casa, probablemente a ellos sea a quienes más les convenga. Otras veces son los padres quienes, ante la indecisión y la falta de impulso, no se deciden a que sus hijos salgan unos días fuera. De temores podemos imaginar de todo tipo: “¿Pillará piojos? ¿Comerá bien? ¿Se cambiará de ropa? ¿Hará amigos? ¿Nos echará en falta por las noches? ¿Y si se hace daño?...”. Lo mejor en estos casos es despejar todo tipo de dudas y pensar que lo más probable es que a la vuelta, el niño vendrá satisfecho después de haber disfrutado y lo que es mejor, aprendido en unos días lo que en casa no se había conseguido. A veces harían falta cursillos de fortaleza moral para padres donde quede claro que sus retoños tampoco se merecen tanta pena ni añoranza.

Habitualmente cuando los hijos no llaman es porque están disfrutando con la actividad que realizan. Los primeros días, y sobre todo cuando son las primeras colonias, es normal que pueda producirse una cierta adaptación que conlleve la añoranza. Ceder ante esta situación, sin dar la oportunidad a que se produzca un proceso de adaptación, sería un grave error. Los padres deben facilitar que su hijo se espabile, y que poco a poco se vaya acostumbrando a las actividades que realiza. Será por eso que algunos progenitores creen que las mejores colonias son aquellas en donde no existe móvil ni teléfono de contacto directo con su hijo.

Visto desde otra perspectiva, unos días sin hijos también pueden ser aprovechados para intimar más la pareja, reavivando el amor, y realizar ciertas actividades en común que no siempre son compatibles con las obligaciones familiares. Porque no nos engañemos, de vez en cuando los padres también se merecen un descanso.

Lealtad, disciplina y obediencia… valores que no siempre están en alza. Si es fuera de casa donde van a “pelearse” con los hijos para que avancen en ello, qué mejor ocasión para aprovecharlo. Luego, cuando vuelvan, será cuestión de sacar el máximo provecho a lo que hayan aprendido intentando que no se pierda.