martes, 19 de diciembre de 2006

LA CHISPA DE LA NAVIDAD

“¡Vaya, se le acabó la chispa!” . Me quedé mirando a Ignacio. El comentario resultó gracioso. Estos últimos días de colegio he optado por romper la rutina. A veces va bien, y ayuda a crear espíritu de compañerismo entre los alumnos de la clase. Han sido días en los que hemos realizado varias actividades: un Belén, decorar el aula, la proyección de una película con la que trabajamos distintos valores… pero ayer decidí impartir una clase de lengua como estaba previsto en el horario ordinario. Al sacar el libro, y tras anunciarlo a los alumnos, Ignacio –con graciosa soltura- dejó caer el comentario.

Los adolescentes buscan marcha. Cuando rompes la rutina, y les ofreces actividades que se salgan de lo normal, por poco creativas que sean suelen emocionarse fácilmente. No hay que convencerles mucho. En seguida te siguen. Prefieren cualquier otra cosa a aguantar una hora de clase. Lo difícil resulta cuando hay que volver a lo que toca, a la normalidad, a lo ordinario del día a día. Entonces se les hace cuesta arriba, y volver a coger el ritmo lleva su tiempo.

Llegan días de fiesta. Hay que disfrutar, descansar, estar con la familia. Se aparcan los madrugones y las prisas para llegar con puntualidad a clase, la tensión de los exámenes, las clases de historia, de lengua, de matemáticas… Vale la pena aprovechar estos días para intentar lo que de ordinario no es fácil de conseguir: mejorar el trato entre padres e hijos, escucharse unos a otros, aprender a quererse más… la Navidad lo pone más fácil. Ciertamente habrá que buscar un poco de chispa para intentarlo.

Y sobretodo no olvidar que el día 8 empiezan las clases. Es importante que, sin descuidar lo dicho anteriormente, el ritmo de exigencia no se olvide. Marcar un horario, la distribución de encargos entre los hijos, el aprovechamiento del tiempo, hacer rendir las horas… facilitarán que cuando llegue lo ordinario estén mejor preparados. La chispa también debe encontrarse en hacer lo que toca en el día a día.

martes, 12 de diciembre de 2006

ADOLESCENTES NAVIDEÑOS

“Es más bruto que un arado” “No tiene sentimientos” “Es que está en un plan que no hay quien le aguante” “Todo el día enganchado al móvil y no nos hace caso”… ellos son Juan, Pedro, Mireia, Natalia, Alberto… De ellos me han hablado, de esta forma, sus propios padres. Son los mismos que en clase se muestran nerviosos. Los que llegan tarde y les da igual. Los que cuando hay follón, se apuntan a ver qué pasa. Ahí está el que hace dos semanas se lió a puñetazos con un compañero. El que jugando a fútbol escupió al árbitro y le sancionaron varios partidos. También el que hace un tiempo se largó de casa diciendo que no podía más (no tardó en volver).

Esta mañana he entrado en clase: “Hoy… haremos un Belén, y decoraremos la clase ¡se acerca la Navidad!” Reacción de los adolescentes de tercero de ESO: risas, comentarios tipo “¡qué chorrada!” “¡ei, que ya somos mayores!”. Hemos salido fuera del colegio a buscar piedras, arena, ramas… Al principio resistencia. Poco a poco empiezan a venir algunos: “¿Esta piedra sirve?” “¿qué tal esta rama?”. Llegamos a clase, y nos distribuimos en grupos. Unos harán el Belén, otros decorarán la clase. Comienzan a pelearse, todos tienen ideas sobre cómo debería ser el portal. Algunos recortan estrellas de colores –ha sido idea suya- y las cuelgan por el aula. Les pongo villancicos, me miran extrañados: “¿y no tienes algo más moderno?” me dice uno. Al cabo de un rato le miro disimuladamente, está cantando por lo bajo Campana sobre campana. Han pasado dos horas. La clase huele a Navidad, y ellos han sido los artífices. Son las cinco y es la hora de irse a casa. Les aviso que es la hora. Apenas me escuchan. Se lo repito una vez más. Algunos empiezan a recoger mientras acaban de confeccionar los últimos retoques de su obra. ¡Es la primera vez que casi tengo que echarles del aula cuándo siempre son ellos los que me dicen que hay que irse!

Cuando el aula queda vacía de alumnos miro alrededor. Me imagino a Alejandro diciéndome lo de “que chorrada, que ya somos mayores” y luego le veo cantando y disfrutando como un niño. ¿Será que la Navidad hace milagros?

lunes, 4 de diciembre de 2006

EDUCAR EN LA FORTALEZA

Ayer mismo me lo comentaba el padre de Jaime: “Le digo que no, y él entonces me insiste sin parar. Se vuelve tan plasta que al final… se sale con la suya”. Muchas veces ocurre que nosotros, padres y educadores, vemos claro lo que conviene y lo que no a los hijos. Si ellos no lo ven claro acabarán utilizando todo tipo de artimañas para intentar convencernos. Cuando la tensión se convierte en algo insostenible suelen llegar los gritos y las discusiones; en otros casos acabamos cediendo por derribo. ¿Cómo enseñarles a ser fuertes?

Desde pequeños es bueno habituarles a que no se dejen dominar por los caprichos. Maite me comentaba que una de las debilidades de su hijo es el ketchup. A la que puede lo acompaña todo con la salsa de tomate: patatas, carne, verdura… incluso el pan. Llegó un momento en que le dijo ¡basta! Y no sólo eso, sino que durante un tiempo, a la hora de comer, le ponía el pote delante sabiendo que no podía hacer uso de él. Poco a poco el hijo de Maite aprendió a prescindir de algo que él mismo se había creado la necesidad. Eso sí, cuando le dejan probar el ketchup, disfruta como nunca.

Sin llegar a casos extremos, se puede probar en renunciar a cosas que sin ser malas, el hecho de prescindir de ellas ayudan a fortalecer la persona. Cuando uno está habituado en ello, al llegar las adversidades, se resisten mucho mejor.

Cuando llegan los problemas los hijos esperan que sus padres sean quienes los resuelvan. Dependiendo de la situación, es mejor que sean ellos los que los resuelvan. “El profesor ha corregido mal el examen de lengua”, pues que el alumno vaya a verle sin ser el padre el que llame por teléfono, “jugando a pelota ha roto el cristal de la ventana del vecino”, pues que vaya a pedir disculpas asumiendo el coste de la reparación, “se ha olvidado la mochila en el tren”, que llame a la central preguntando cómo recuperarla… y así infinidad de situaciones que se presentan día tras día.

Enfrentarse a la toma de decisiones, asumiendo la responsabilidad de los propios acuerdos, ayuda a fortalecer el ánimo y a madurar. Sin olvidar que, detrás de los hijos, siempre ha de haber el respaldo de los padres para orientar adecuadamente.