
Me vino a la cabeza porque hace pocos días un grupo de alumnos gritaba a voz en vivo: “No hay derecho… no hay derecho”. La masa suele convertir en fuertes a los débiles, y aprovechando el anonimato del gentío, ahí estaba gritando cualquiera. Los pasotas querían hacer notar su fuerza, y los más aplicados no querían ser rechazados por los demás. Había que gritar, pues era lo que tocaba. El profesor había salido del aula y a los pocos segundos, aprovechando su ausencia, los bramidos quejosos ya se estaban oyendo por todo el pabellón. Encontrarse con veinticinco adolescentes gritando como desesperados no es una situación fácil de cortar de inmediato. Me acerqué a uno de ellos, que estaba coreando aunque con cierto disimulo por si las moscas. Al preguntarle de qué “no había derecho” su respuesta fue dudosa: “Pues no lo sé, algo ha pasado, ¡y claro! ¡como todo el mundo grita!”. Claro, claro –pensé- como todo el mundo grita.. al igual que los de Fuenteovejuna…
No digo yo que los adultos seamos perfectos -¡faltaría más!- ni que siempre tengamos la razón (aunque muchas veces sí queremos tenerla), pero nuestros jóvenes tienen mucho que aprender. Y aunque puedan darse situaciones injustas –serán muy pocas veces, si pretendemos hacer bien las cosas- lo que está claro es que para que uno pueda reclamar sus propios derechos, también debe asumir sus propias obligaciones. Y cuando venga la queja, cuando salte el “no hay derecho” muchas veces habrá que responder con una sonrisa y cierta ironía respondiendo: “Sí, es verdad, siempre te toca a ti, pero sabes que en ti confío más”, “Claro, había preguntas que no habíais dado, pero ya sebes cómo estudiar para el próximo examen”, “Seguramente el árbitro estaba en contra, pero el partido ya está perdido”. ¿Qué no hay derecho?... ¡pues habrá que espabilar más!
No hay comentarios:
Publicar un comentario