domingo, 2 de septiembre de 2007

Cuando el reloj se nos para


Debilidad y fatiga. Desmotivación. Desidia y hastío. Carencia de sueño. Falta de apetito. Dolores musculares. Estados de ánimo llenos de tristeza e irritabilidad. Imposibilidad de concentrarse. No hace falta darle más vueltas… porque uno ya se lo veía venir. Se acabaron las vacaciones. Y como cada año, la visita del síndrome post-vacacional vuelve a llamar a la puerta.

En estos últimos años se le está dando mucha importancia al síndrome post-vacacional, porque cada vez son más los que se sienten aquejados por este mal. No es que antes no existiera, sino que era algo desconocido, y no estaba tipificado como un problema. También es cierto que la actual vida moderna nos obliga a llevar un ritmo tan acelerado y competitivo, que provoca que un gran número de personas, cuando rompen con la rutina, sienten desidia de volver al trabajo. Algunos expertos ya se atreven a calificar este síndrome de enfermedad.

El síndrome post-vacacional, de forma habitual, suele presentarse en aquellas personas menores de 40-45 años, o en aquellas que experimentan una ruptura muy brusca del ritmo vacacional a la incorporación al trabajo. También aquellos que idealizan el periodo de vacaciones como si éste fuera la culminación de su bienestar personal, acaban padeciendo este mal. Está calculado que alrededor del 35% de los trabajadores españoles lo sufren.

Al tratar este tema, el doctor Francisco Javier Lavilla, especialista de nefrología de la Clínica Universitaria de Navarra, afirma: “Toda nuestra actividad está de acuerdo con una especie de reloj interno que marca el estado en que nuestro organismo se encuentra. Además, como toda persona, necesitamos una serie de motivaciones que nos impulsen a seguir adelante a lo largo de nuestra vida”.

Durante las vacaciones buscamos el descanso, romper con el trabajo y huir de las preocupaciones. Si de forma habitual pesa más en la balanza el trabajo, durante este período lo que se prolonga es el descanso. Muchas veces, durante esta época, alteramos el ritmo de vida, alargamos la noche con actividad intensa, retrasamos la hora de levantarnos, y desplazamos las horas de las comidas. Es entonces cuando, al llegar el momento de incorporarse a la vida ordinaria, nuestro organismo se resiente. El acoplarse de forma rápida al nuevo cambio viene acompañado por la falta de motivación, y la descoordinación entre las exigencias de la rutina y lo que nosotros podemos ofrecer.

Está claro que, como dice el dicho popular, más vale prevenir que curar. Es por ello que la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria recomienda, a modo de prevención, tener una actitud positiva para adaptarse poco a poco al cambio de vida tras las vacaciones, evitando la ansiedad propia de volver a la rutina habitual.

Hay especialistas que recomiendan tácticas para combatir el síndrome. Algunos señalan la práctica de técnicas de relajación en casa, recordar buenos momentos de las vacaciones como fuente de energía para enfrentarse a los problemas, buscar motivaciones profesionales, emplear el sentido del humor y fomentar la comunicación con los compañeros.

A pesar de todo ello, no nos engañemos: muchos se pasan la mitad del año deseando las vacaciones, y la otra mitad lamentándose que se hayan acabado.

Si incluso poniendo los medios la amargura aún persiste, siempre queda un brote de esperanza al pensar que los días navideños tampoco quedan tan lejanos. Eso sí, confiando que los días festivos no coincidan en fines de semana…

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