domingo, 5 de agosto de 2007

Vacaciones en colonias

El pasado 1 de agosto 45.000 jóvenes de todo el mundo se reunían en Brownsea para conmemorar los 100 años de la fundación de los scouts. El padre de este fenómeno mundial fue Robert Baden-Powell (1857-1941), militar británico que además ejerció de actor, músico, pintor y escultor. Tras participar en varias campañas en África, resumió sus experiencias en un manual de supervivencia: Guía para explorar, dando de este modo inicio al primer campamento experimental de scouts que contó por entonces con 24 muchachos.

Han pasado algunos años desde ese primer campamento, pero aún se mantiene vivo el espíritu que imperaba por entonces, basado principalmente en los pilares de la lealtad, disciplina, eficiencia y obediencia. “Hay muchos mitos sobre los scouts: a veces nos presentan como gente friqui y otras como una especie de militares que hacen supervivencia en el monte. Ni una cosa ni la otra. La gente no acaba de entender que no somos sólo gente que se va cada verano de acampada, hacemos un trabajo educativo serio”, afirmaba el comisario internacional de la Federación Española de Scouts.

Algo parecidas son las colonias que cada verano se organizan y a las que muchos padres mandan a sus hijos. Cada verano ayuntamientos, centros infantiles y juveniles de todo tipo, organizan una amplia oferta que aunque varía en algunas de sus actividades los objetivos suelen ser similares.

No pongo en duda que el verano es una magnífica oportunidad para estar en familia, estrechar los vínculos, disfrutar padres e hijos y acabar con pequeñas aristas que han podido formarse en la convivencia diaria de todo un año. Sin embargo, las colonias y campamentos, pueden ser una gran ocasión para que los hijos aprendan ciertos hábitos y costumbres que en casa muchos padres están hartos de luchar.

Hay niños poco acostumbrados a salir de casa, que no quieren ni oír la idea de pasar unos días fuera de casa, probablemente a ellos sea a quienes más les convenga. Otras veces son los padres quienes, ante la indecisión y la falta de impulso, no se deciden a que sus hijos salgan unos días fuera. De temores podemos imaginar de todo tipo: “¿Pillará piojos? ¿Comerá bien? ¿Se cambiará de ropa? ¿Hará amigos? ¿Nos echará en falta por las noches? ¿Y si se hace daño?...”. Lo mejor en estos casos es despejar todo tipo de dudas y pensar que lo más probable es que a la vuelta, el niño vendrá satisfecho después de haber disfrutado y lo que es mejor, aprendido en unos días lo que en casa no se había conseguido. A veces harían falta cursillos de fortaleza moral para padres donde quede claro que sus retoños tampoco se merecen tanta pena ni añoranza.

Habitualmente cuando los hijos no llaman es porque están disfrutando con la actividad que realizan. Los primeros días, y sobre todo cuando son las primeras colonias, es normal que pueda producirse una cierta adaptación que conlleve la añoranza. Ceder ante esta situación, sin dar la oportunidad a que se produzca un proceso de adaptación, sería un grave error. Los padres deben facilitar que su hijo se espabile, y que poco a poco se vaya acostumbrando a las actividades que realiza. Será por eso que algunos progenitores creen que las mejores colonias son aquellas en donde no existe móvil ni teléfono de contacto directo con su hijo.

Visto desde otra perspectiva, unos días sin hijos también pueden ser aprovechados para intimar más la pareja, reavivando el amor, y realizar ciertas actividades en común que no siempre son compatibles con las obligaciones familiares. Porque no nos engañemos, de vez en cuando los padres también se merecen un descanso.

Lealtad, disciplina y obediencia… valores que no siempre están en alza. Si es fuera de casa donde van a “pelearse” con los hijos para que avancen en ello, qué mejor ocasión para aprovecharlo. Luego, cuando vuelvan, será cuestión de sacar el máximo provecho a lo que hayan aprendido intentando que no se pierda.

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