jueves, 10 de mayo de 2007

Ya no sé qué hacer con mi hija… ¿Debo atarla?

Cualquiera que leyera la declaración de la madre no puede quedarse indiferente: “Yo más no puedo hacer por ella, a no ser que la ate”. Así se lamentaba de su mala suerte Mónica López, vecina del municipio asturiano de La Calzada.

Tras leer la noticia me vinieron a la cabeza similares casos que, a lo largo de mi trayectoria profesional en la educación, he podido experimentar. En mis entrevistas con los padres de alumnos, en más de una ocasión, he oído las palabras desesperantes de los progenitores creyendo ver una causa perdida en su hijo: “Ya no sé qué hacer” “Ya no aguanto más” “Lo he intentado todo”… éstas y otras frases similares han intentado buscar en mí un consuelo o un modo de buscar una solución al problema.

En más de una ocasión, tras tener conversaciones con padres, me he preguntado: ¿Los hijos nacen… o se hacen? Que nacen es evidente, pero voy más al fondo de la cuestión: su educación ¿viene dada o se la damos?

Trabajar con adolescentes, como es mi caso, es toda una aventura. Nunca sabes por donde te saldrán, continuamente tienes que probar nuevas tácticas, no sirve lo del café para todos. Cada uno es un mundo, y cada familia un planeta. Claro está que no siempre los problemas se solucionan fácilmente, sobre todo a estas edades cuando hay ciertos hábitos y actitudes que están muy cogidos y son difíciles de reconducir. También me he encontrado con padres asustados con sus hijos e incapaces de adoptar decisiones. Es fácil quejarse, y difícil comprometerse.

Cada vez estoy más convencido que hay que verlas venir. Si desde que son pequeños hay un esfuerzo por formarles adecuadamente, en educarles de forma conveniente, muchos problemas ya ni siquiera se presentan. Cuando son mayores van llegando los frutos de todo el esfuerzo dedicado.

Querer realmente a los hijos no basta con comprarles la play o dejarles sueltos… hace falta comprometerse con su educación. Y esto a veces requiere esfuerzo y sacrificio, es verdad, pero como dije ya en una ocasión: “no hay mejor inversión que la que se hace en los hijos”. La gratificación que se recibe no tiene límites.

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