
Para algunos esta medida puede sonar a trasnochada, recuerdos de un Florido Pensil que ya quedó en la memoria. Sin entrar ahora en el debate que se podría originar sobre el tema de la violencia en las aulas, sí es oportuno recordar cómo el respeto es un valor que hoy en día se echa de menos.
Si el hábito no hace el monje, el atuendo no conlleva automáticamente el respeto. Bajo caros trajes de etiqueta perfectamente conjuntados uno puede encontrarse con personas más que irrespetuosas y arrogantes. Y, por contra, uno puede convivir con seres que bajo una presencia estrafalaria saben ceder asiento a personas mayores, piden perdón si se equivocan y no les importa dar las gracias cuando éstas se merecen. Las apariencias engañan, y muchas veces, nos dejamos influir por ellas.
Respeto no es solamente decir usted. Conlleva todo un modo de ser, de comportarse, de andarse por la vida. Es aceptar y comprender cómo son los demás, tratando por igual a los individuos porque todos son igual de dignos por su propia condición de persona. Respeto es aceptar al engreído y al humilde, al pobre y al rico, al sabio y al ignorante.
Es saber estar a la altura de las circunstancias según el lugar y situación que uno ocupa. Y también reconocer la condición social, edad o gobierno de los demás, utilizando las distintas formas en el trato. Respeto es la defensa de las propias ideas y convicciones sin herir ni humillar al contrario. El respeto aguanta la libertad y la responsabilidad personal, sabiendo que existen límites para no caer en el libertinaje. Parafraseando a Heidegger podemos decir que: Respeto significa responsabilidad hacia uno mismo y esto a la vez significa ser libre. Pero sin olvidar que la palabra responsabilidad me lleva a responder por mis acciones.
Respeto es comprender, exigir, ceder cuando se deba y hablar cuando se trate de proteger una causa honesta. El respeto acompaña a la justicia y a la ecuanimidad; no admite el chantaje ni da pie a la imposición.
Es también la respuesta ante los compromisos adquiridos. No escurre el bulto y asume los deberes a los que uno se obliga. Al respeto le acompaña la honestidad, porque somos hombres y mujeres de palabra.
Respeto es el verdadero amor entre los esposos, que guarda y protege la fidelidad; el amor de una madre que educa con cariño a sus hijos; el valor que los hijos le dan a lo que sus padres hacen por ellos.
Respeto es la amistad que acompaña en los momentos difíciles. La ayuda hacia los más necesitados renunciando a la propia satisfacción. Valorar en su justa medida lo que uno tiene y recibir con sencillez aquello que uno se merece.
El respeto, a veces cuesta y otras incluso duele. Pero no se aprende gracias a una medida legislativa. La ley lo favorece pero no lo consigue. El respeto se aprende, se educa, se adquiere como por ósmosis. Y, desde el principio de nuestra vida, donde uno lo encuentra es en la propia familia, referente necesario para construir un mundo mejor.